VIEJO ES EL VIENTO.....
Y TODAVÍA SOPLA. (Para Alberto José Torroba y Roberto Ramos, que me enseñaron algunas cosas) El 18 de mayo, el mismo día que se iba la Fragata Libertad, el Caprice y yo salimos Del Puerto de San Isidro rumbo a Florianópolis con un sudoeste que se iba afirmando con el correr del día. La despedida de los amigos, mi novia, y hasta los perros del puerto tensaron el nudo de mi garganta ese día. El último en despedirme fue Dieguito, que volvía barrenando de la Fragata y no paraba de gritarme "La mejor, loco. Aguante el Caprice. Fuerza"... fue lo último que faltaba para llevarme una imagen de Buenos Aires borroneada por las lágrimas. Los preparativos Del viaje y el apuro por partir me impidieron ver algunos detalles, que tuvieron que ser ajustados sobre la marcha. Antes de llegar a Olivos tuve que hacer un arreglo de fortuna en el balumero de la vela de enrollar y tuve que solucionar un problema en el timón de viento. El barco iba perfecto con mesana y foque y la mayor no la usaría hasta varios días después. Pasamos con buen margen al sur de Punta Del Este y al tercer día estábamos a 110 millas afuera Del Chuí completamente encalmados. El mar era una pileta y recién ahí caí en la cuenta de donde estaba y lo que tenía por delante. Cuando cayó la noche las noctilucas le dieron la bienvenida al Caprice, con quien conversaron largo y tendido mientras yo descansaba y esperaba el viento. Al cuarto día empezaron los problemas. El motor se negó a arrancar, con el consiguiente problema de energía, ya que solo contaba con el alternador para cargar las baterías. Después de dos días de calma absoluta en los que estuvimos literalmente flotando, entró el viento noreste, y lo hizo fuerte y para quedarse. Sopló durante seis días seguidos oscilando su intensidad entre los 20 y los 35 nudos. Nos amuramos a babor e hicimos rumbo hacia afuera para esperar algún frente sur que nos ayudara a subir. Si bien yo quería navegar lejos de la costa para no tener que estar cruzando buques y poder descansar mejor, no quería ir a más de 200 millas. Cuando al tercer día vi que seguía el noreste para rato y yo parecía acercarme al África, decidí cambiar de borde y poner rumbo a tierra. Realmente era indignante estar navegando 10 días para estar a escasas millas de La Paloma, por donde había pasado el tercer día. Pero así como me encapriché en hacer el viaje en solitario, también se me metió en la cabeza que quería llegar sin escalas. Entonces, puesto en esa situación por mi propia voluntad, pensé que lo mejor era esperar el frente sur y mientras tanto "a joderse". Durante el día se acercaba una formación nubosa típica de Pampero (aunque era invierno) e incluso bajaba el barómetro; pero al atardecer se disolvía como por arte de magia ante la fuerza arrolladora del noreste. Cuando por fin al décimo día entró el sudoeste decidí esperarlo con todo el trapo arriba como decía Vito, pero a los cinco minutos me arrepentí y bajé la mayor, enrollé vela de proa y con un foque Chico y mesana comenzamos a barrenar. Al Fin!!!, había demorado pero íbamos a rumbo y a 8 o 9 nudos en medio de un mar de espuma. Estuve timoneando unas cuatro horas bajo una lluvia torrencial y con el entusiasmo de la velocidad y la concentración de las barrenadas no me di cuenta del frió hasta que estuve tiritando. Ahí confirmé que el timón de viento llevaba el barco mejor que nadie, incluso en popa redonda y con olas grandes. Me sequé, me abrigué y me comí el mejor guiso de lentejas de mi vida. Estaba acostado leyendo y el barco iba tan derecho que a cada rato salía a mirar porque parecía que estábamos quietos. La imagen decía todo lo contrario. Había unas olas cada vez más grandes que el barco subía sin ningún inconveniente y bajaba sin ningún freno. El timón funcionaba perfecto. Impresionante!!! Como lo Bueno siempre dura poco, al día siguiente empezó a aflojar el viento y aparecieron las primeras nubes por el noreste, avisando que se venía de nuevo, pero lo que sobrevino fue una calma absoluta por dos días, que aproveché para ver si arreglaba el motor, lo que resulto imposible. Estaba flotando y perdiendo el tiempo por no tener un motor, pero podía pescar, comer y leer. en esos días me resultaba inevitable pensar en grandes navegantes como Vito o Nicolás Paura que dieron la vuelta al mundo sin ayuda de ningún motor, sufriendo con las calmas y las corrientes adversas, pero escuchando el silencio y disfrutando su tiempo. Después de todo me había pasado de largo por Río Grande y no me lamentaba, quería llegar sin escalas y había avanzado bastante. "La calma se termina cuando empieza el viento en contra", debería decir algún cartel de señalización en la ruta a Brasil. Obviamente volvió a soplar noreste durante cuatro días más y con más fuerza que la vez anterior. El último día el viento pasaba de los cuarenta y cinco nudos y las olas con el correr de los días habían alcanzado un tamaño que daba miedo. Era impresionante ver la cantidad de espuma que volaba por encima de las crestas y cómo sin embargo el barco subía esas montanas y las bajaba acomodándose lo mejor posible. Cuando se hizo insostenible, bajé todas las velas, trabé la cana de timón al medio y arrojé una estacha improvisada con un fondeo y la carpa del barco para reducir la deriva, y el barco comenzó a presentar mucho mejor las veinte horas restantes. Como premio por tanta incomodidad, entró otro sudoeste que sopló casi dos días y me llevó directo hasta la Marina dos Ganchos en Florianópolis, lugar que recomiendo y donde fui muy bien tratado por Clayton y su gente, quienes ya han abrigado casi gratuitamente a Enrique Celesia, el Mono D`Amilano, Chiche Fisher y otros amigos. Después de veintiún días y una hora, entré tirando bordes en Ganchos (por supuesto con el viento en la proa). Había completado mi primer viaje en solitario. Hablé por teléfono con mi Vieja y con mi compañera, que ya se estaban preocupando en serio, lloré un rato de alegría, me bañé y me tomé unas cervezas. Luego dormí mucho. En dos días llegaba Estefanía en ómnibus para seguir el viaje juntos. Hablemos un poco del Caprice. Es un ketch doble proa diseño de Don German Frers construido en el año `48 por el astillero Sarmiento. Tiene 9 metros de eslora, por 2,5 de manga y cala 1,5 de quillote corrido. De todos los arreglos y preparativos que tuve que hacer para este viaje, los dos mas importantes fueron regalos de amigos. El enrollador Magnus que me dio Héctor Keller y que instaló con su habitual eficacia y prolijidad fue de vital importancia para la navegación, ya que el viento varía demasiado de intensidad y si hubiera tenido que cambiar velas en proa todo el tiempo creo que me hubiera muerto. Funciono a la perfección y como es completamente de acero inoxidable y tiene un mecanismo muy simple, soportó todo sin afectarse en lo más mínimo. El timón de viento que fabricó Roberto Ramos especialmente para el Caprice, es actualmente la cosa que más quiero del barco, ya que fue capaz de llevarlo en toda condición mejor que cualquier timonel. La línea de vida, el arnés, la chubasquera y mil cosas mas fueron obra del trabajo de muchos amigos a quienes les quiero agradecer más que nada por la confianza. Las infinitas visitas a Camou y su infinita paciencia, la solidaridad de la gente de Puerto Pirata, las ayudas inverosímiles, desde paquetes de bizcochuelo o botellas de Wisky, hasta una palabra de aliento. Todo eso, que antes de salir se iba convirtiendo en una presión, luego me dio la fuerza y la paciencia para llegar y ahora es gratitud y "saudade". Brasil es muy lindo y todavía tenemos mucho por recorrer, pero el Río se extraña y muero por un asadito con buen tinto y amigos en San Juan o en Colonia. Después de descansar unos días y bien acompañado por Estefa, salimos con un sur fuerte para Porto Belo y cuando estábamos entrando se cortó el herraje del arraigo del estay proel y el palo se quebró hacia popa como un fosforito. Pero eso es otra historia.... el Caprice sigue subiendo y hasta Bahía no para. Hasta la próxima. |