Ocho nudos en la corredera

Por Dr. Vito Cornamusza

Ocho nudos en la corredera, el display no miente, casi clavado en los ocho. Sube y baja al compás de las olas cada vez que la proa se abraza a la siguiente y se derrama sobre cubierta.
El sol pega muy fuerte, lo se porque por culpa del viento casi ni lo sentía y ya me empieza arder la espalda. Siempre tarde con el protector, y hoy se ve que más tarde aún que siempre, los brazos empiezan a estar colorados también y pican.
Cazo un poquito más la mayor, aumenta la escora pero alcanza para corregir la deriva.
Carlos en proa sigue peleando con el tangon que debí dejar mal amarinado y casi lo perdemos. Como si con 20 nudos, restos del pampero de ayer, nos fuera a hacer falta.
El cielo azul, el aire bastante más fresco. El barómetro que marca los 1020 muy alegre como si la interminable caída previa, anuncio del pampero, solo fuera remediada con la brusca subida hasta estos 1020 gloriosos que nos regalan este diáfano cielo.
Pienso en el famoso cigarro de nubes, en la imposibilidad de verlo desde la oficina (séptimo piso con vista a la calle ja!!, con vista al gordo de enfrente que toma sol en calzoncillos debiera haber dicho el aviso).
Tan lejos estoy hoy de eso. La quemadura me calza aún mejor que el saco y corbata.
La caña ajusta en la palma de la mano a medida, como si el carpintero la hubiera hecho para mi. Río marrón glorioso, a las puertas de casa, que nos rodea y nos acuna.
2,40 metros de agua, unos 80 cm bajo la quilla, casi un lujo después de la bajante.
Casi puedo disfrutar el aperitivo. Carlos, gourmet si lo hay, sabe como elegir fiambres, y nada mejor que un Gancia con limón, unos quesitos desde acá.
Probablemente file un poco para perder escora y quizá perdamos algunos nudos también, para ganar en comodidad (no vaya a ser que se derrame la bebida!!!).
Carlos baja y sale sonriente con los vasos, la botella, el hielo y el paquete para el fiambre.
Parece un ekeko le digo, me mira y se rie, tiene una risa franca y contagiosa.
Las mujeres quedan en casa. Somos un par más de los navegantes solitarios a la fuerza, alejándonos de nuestras mujeres aún a pesar nuestro.
Después de todo Penélope tampoco lo acompaño a Ulises diría Marcela muy seria.
Carlos sintió el golpe antes que yo. Tal vez porque estaba de nuevo abajo buscando un cuchillo, tal vez porque yo estaba demasiado distraído mirando las lanitas para ponerme en foco tan rápido.
Fugazmente alcance a ver por la banda de estribor seguir boyando en un spinning loco la parte de arriba de una heladera. Si no fuera por el impacto hasta sonaría tremendamente cómico.
Carlos que a las puteadas sale como loco de la cabina y mientras me grita revuelve el tambucho de babor buscando algo. Saca el balde y se va abajo nuevamente.
Agua en la cabina, la puta madre!!!
Atino a prender la bomba de achique extra, Me doy cuenta que la automática esta trabajando como loca.
Prendo el motor para asegurarme que tengan corriente por más tiempo. El hondita no me defrauda y al primer piolazo toma vueltas.
Recibo el primer baldazo en la cara prácticamente, Carlos está como poseído, los pies en al agua hacen maravillas cuando se trata de achicar. Siempre lo había oído, pero verlo y en el barco de uno tiene sabor distinto. Los baldazos se suceden uno tras otro.
Rebusco en el otro tambucho la lona grande con los refuerzos en las puntas.
Pongo la popa a la ola, filo las velas, tratando de dejar la proa lo más arriba posible.
Rebusco el piloto automático y no lo encuentro.
Probablemente sea mejor ponernos a la capa, estando de popa se mueve mucho y las olas al hundir la proa después de la barrenadita no ayudan demasiado.
Tomo firme los cabos a los extremos anillados de la lona (sonaba paranoico cuando la encargamos pero ahora me siento feliz de tenerla).
Le aviso a Carlos y me voy corriendo a proa.
Apenas si se ve el rumbo, esta bastante abajo. Lo alcanzo a vislumbrar donde termina la ola y la proa queda bien arriba. La fibra muestra una horrible sonrisa desgarrada.
Solo no voy a poder. Recorro el camino hacia popa, y me traigo a Carlos conmigo.
Peleamos con los cabos y la lona por que el viento, la ola, y la maniobra nueva e inesperada no nos la hacen fácil.
Queda cruzada y parece firme. Desvío los cabos de las puntas inferiores y los paso al molinete de estribor que ahora esta libre.
Esta vez voy abajo y Carlos se asoma en el preciso instante que comienzo mi tarea. Vuela el agua del balde.
Empapado de pies a cabeza me putea y se sonríe al mismo tiempo.
Parecemos dos adolescentes pelotudos. Con un rumbo en el casco, agua en la cabina a raudales, viento y ola y nosotros tentados de la risa. Como se vera desde un escritorio? pareceremos de chaleco?.
Al décimo balde con los brazos cansados veo claramente que el agua baja del lado de adentro. Las bombas siguen trabajando.
Carlos esta tomando un gancia ( si un gancia con un trozo de jamón!!!) algo mojado, pero el Gancia hasta tiene hielo. No suelta la caña y debe estar tomando bien las olas porque desde adentro se siente mover menos. Con lo que me mareo en la cabina, se ve que los nervios no me dejaron que pasara.
Casi no entra más agua que la que saca la más chica de las bombas. El remiendo temporario parece funcionar de maravillas.
Salgo a cubierta y me recibe un trago.
Enrollamos lo que estaba afuera de genoa (casi un foquecito teníamos en uso) y quedamos con la mayor y el motor.
Pegamos la vuelta a Buenos Aires.
Buena faena para el plastiquero.
Imagino hordas de plastiqueros y carpinteros navales cargando heladeras en desuso por las calles de Buenos Aires con el oscuro propósito de abrir rumbos, como el mito de los gomeros y los clavos miguelitos.
No tengo la excusa de la visibilidad (el cielo sigue maravillosamente azul), pero no la vi, no vi si era con o sin freezer, solo sentí el golpe.
Y el agua.
Tanta agua alrededor y tanta agua adentro.
Mientras empezamos a ver en el horizonte lo que parece ser el rulero, me acuerdo de aquel versito de infancia:  el otro día navegue por tu casa y me tiraste con una heladera....me dejaste helado!!!!