Enviado por Oscar~Alba on Abril 17, 2002 at 02:42:34: Ya no tengo conciencia del tiempo, ya no sé cuanto hace que zarpe desde la Chata, allá en el Arias. Pero hace horas que avanzo bajo la lluvia continua, a veces finita, a veces torrencial. No tengo ganas de mirar el reloj, bajo la manga de la campera impermeable. Ya bastante con pasármelo mirándolo en la ciudad... Que llegar al banco antes que cierre, entre el trafico enloquecido, que correr a lo de un cliente, que... Aquí la única hora que importa... es la marcada por el ruido de mis tripas por hambre y la de mi perro, José. La hora de comer con hambre verdadera, o la de dormir por el purificante cansancio, o la hora de mear antes de reventar. Es que Fulgencio, mi otro yo, ha invadido mi cuerpo y alma... tan urbana ella. Hasta las uñas me a tomado... Pues están sucias de barro... y no me importa. En este momento, estoy recorriendo con el gomoncito el largo Canal Arana. De ves en cuando voy prendiendo la bombita de achique. No es que me joda el agua que se junta en el piso. Tengo puestas las botas y el equipo completo de agua. Es que los treinta y cinco litros de nafta, mas lo mismo en peso de José, mas el fondeo, mas la nueva planchada de terciado, la carpa, las bolsas con ropa, con comida, mas... Mas el agua a bordo es demasiado peso. Es que no quiero poner el fuera de borda al mango... El ruido estrepitoso me arruina el encanto de la marcha. Voy navegando algo adormilado por la rectitud del canal, como en un ensueño. Llevo la velocidad constante, apenas planeando. Las copas de los árboles del monte en las orillas me dan sensación de abrigo, de custodia, uno tras otro, uno tras otro... Durante un rato pienso en llegar a algún punto... y acampar. Y en otro momento, en solo estar. Estar yendo hacia... no sé dónde. Gracias al andar monótono, José no tiene que preocuparse por hacer equilibrio. Viaja enroscado, echo un ovillo sobre si mismo, en la planchada de la proa. Va con el lomo expuesto a la lluvia y al poco viento que pega desde proa. Tiene el hocico entre las patas, calzado en lo mas profundo de su ingle. Esta haciendo algo de frío y mi mano derecha, la que no trabaja, la siento entumecida. La meto un rato donde el hocico del perro, y allí me la caliento. Allí dentro... el mundo es un horno. Le retribuyo haciéndole alguna cosquilla al retirar la mano. José ni se inmuta. Unas dos veces hago una maniobra para esquivar troncos. Las gotas que golpean en el espejo de agua lo desdibujan, me impide verlos desde lejos. Una de las piruetas es muy brusca y José abre los párpados. Estaba dormido profundamente, pues tiene los globos de los ojos casi dados vuelta. Los endereza mientras abre los párpados. Me mira, levantando apenas la cabeza, dudando si poner cara de alerta, levantando las orejas flácidas... o volver a dormir. Por enésima ves me pregunto si mi jeta le delata algo. Porque me mira a los ojos? Sé que por ellos sabe si estoy contento o enojado, de eso estoy seguro. ¿Pondré cara de “agarrate Catalina”, en un momento de peligro? “No pasa nada José, seguí durmiendo...”, le digo como si me entendiera textualmente. Respondiendo a la voz calma, José sigue dormitando, entre la lluvia en medio del Arana. En realidad si pasa... Hace un rato me arrime a una chata, amarrada a un viejo embarcadero, viendo un lugareño a bordo. Le pregunte si en la desembocadura del canal hay un recreo, como señala la carta náutica. “En la punta del canal ya no hay un... carajo, mi amigo”, me dijo. “Estoy jodido, son las siete de la tarde...”, me digo bajito, luego de dar las gracias. Prendí la lucecita del gomón en popa, sobre mi cabeza, y seguí. Es que quiero acampar en un lugar con “servicios”. Me pregunto porque con servicios... y en segundos me respondo: No me interesan los servicios... solo quiero ver gente, jetas humanas, charlar con alguien. Me voy predisponiendo a acampar en el monte, o en alguna casa abandonada, de esas que hay miles en el Delta. No pasa mucho tiempo mas cuando diviso la boca de salida del Arana. Allí donde ningún recreo ni gente me espera. Aminoro la marcha por si algún crucero a los pedos entra desde el Barca.... y veo la Flor. A estribor, sobresaliendo de un pequeño acantilado en la costa, veo decenas de kayaks con sus finas proas al aire, pendiendo sobre el río. Es como una flor de múltiples colores, con sus pétalos en abanico ofreciéndose al río Barca que corre caudaloso. Siento algo raro. Es como si la Flor de kayaks me estuviese esperando... Ya es casi de noche, y en la negrura adivino detrás de las embarcaciones, una casa abandonada. Por ella pululan personas de aquí para allá como fantasmas. Una linterna, apuntando al techo de la vieja galería que se derrumba, ilumina algo la escena. Por las voces y las risas son pibes, jóvenes. Prendo mi linterna y enfocando hacia la orilla grito: “Eeeeyy, ¿cobran por dejarme acampar allí?” Una voz, de alguien de mi edad, me responde riendo: “hasta ahora... a nosotros no, agréguese Don!!” Atraco al empinado acantilado de la costa y José salta a tierra, mientras aseguro el cabo en una raíz. Trepa fácil por la pendiente, a mi me cuesta unas resbaladas con las botas de goma. Se acerca el de la voz de bienvenida y José le salta a saludarlo como corresponde a un Labrador..., en dos patas. El perro esta contento, yo también... Nos estrechamos las manos con el fulano y las preguntas se suceden. Es flaco y barbudo como yo. Me cuenta que son veinticuatro en veinte kayaks, dos son dobles. Zarparon algunos de Zarate, otros de Campana rumbo a la isla Martín García. Salieron a las ocho de la mañana y el viento y la lluvia les impidió avanzar mas. De las dos piezas elevadas de la casa abandonada, una tiene el techo y el piso enteros. Limpiaron un poco el piso y tiraron las bolsas de dormir. En un viejo patio sin plantas, a un costado de la casona, armaron dos carpitas unas parejitas de novios. Todos harán noche allí. Vamos charlando con mi anfitrión y subimos por la escalera hasta la galería que esta al frente de la casona. En eso José ladra detrás mío. A la escalera le falta un escalón, y en la oscuridad casi total... duda en saltar. Decido dejarlo allí abajo Le explico a quien me acompaña, que si llega a entrar a la pieza con las bolsas... jugando las va ha embarrar y mojar a todas, amen de a los pibes. Aquello seria un festín fenomenal de sociabilidad para el José, saltando de aquí para allá entre veinte personas... Ya en la galería estrecho las manos de algunos pibes que están mateando Me da por explicarles que cuernos hago por allí, para eliminar alguna posible desconfianza. Uno de los pibes que me escucha exclama: “Rajaste de la ciudad... de mierda, como nosotros” Me alegra porque el pibe me tutea, y no debe tener mas de 25 años.. Voy viendo que ya comieron a pesar de la hora, y algunos están intentando dormir. Escucho que llegan desde la pieza, la que tomaron para dormir, algunas risas. Son pibes y pibas, todos juntos. Los que aun están en la galería conmigo, incluido el único “viejo” como yo, los cargan. José ya no ladra, anda por allí abajo, husmeándolo todo. Pido disculpas y bajo al terreno para armarme la carpa. Busco un lugar donde solo haya matas y yuyos, los aplasto con las botas y en medio de la lluvia que sigue y sigue, en segundos armo la Iglú. Ya dentro, preparo todo para dormir y comer. Prendo el calentador y lleno la vasija con balanceado para el perro y lo llamo. Cuando José asoma alegre la cabeza por el cierre, con una toalla le limpio prolijamente las patas y lo dejo entrar. Me hago una sopa en una cacerolita mientras el perro come lo suyo. Cuando ya estoy tomando mi sopa... pasa lo de siempre. Deja de comer y se pone a mi lado mirando fijo a ver si liga algo. Y yo... lo de siempre, no le doy un carajo, por mas cara de lastima que ponga. Lamento alguna ves, cuando era cachorro, haberlo dado un bocado de la mesa... No se lo olvidara jamás. Cuando estoy limpiando los trastos en el río, desde la galería una voz me invita a matear. Algunos están desvelados y me piden que suba al perro. Lo animo y salta el escalón faltante. Mientras charlamos, José va saludando a todos los que están alrededor. Algunos se ríen nerviosos, no ven venir al perro que es todo negro... en una noche negra. Los tranquilizo, contándoles que es un Labrador, que jamás morderá a nadie. Y me cuentan de un flaco, allá por Zarate. De un flaco que de adolescente, se rajo de la casa y se instalo a vivir en la vera del río. De un flaco que amaba los kayaks y se los fabricaba él. De un flaco que los unió a todos en su amor por el río y a esas embarcaciones. Al final me cuentan, que de una zambullida en el río, se desnuco contra algo, hace como un año ya. Luego de un prolongado silencio... les digo que el flaco vivió y murió en su ley: “Como a el se le cantaba” En la oscuridad todos asienten, mientras José ya duerme a los pies de uno de ellos. Les cuento a mi ves mi sueño de la Chata. Todos quisieran vivir en una Chata, a la vera del río. Seguimos charlando y descubro que no tienen mucha idea sobre el tiempo que les espera mañana. Mañana tienen que llegar a la isla, no les queda mas remedio que llegar o llegar. Me voy hasta la carpa y traigo el pronostico de Tony, que lo tengo impreso. Uno lo lee a la luz de la linterna. Algunos se ríen de las frases de Tony y todos se asombran de lo preciso y valioso. Pero putean cuando Tony dice “...vientos del SE, a 15 nudos con posibles rachas...” El “viejo” decide, consultando a los demás que están despiertos, salir a las cuatro o cinco de la matina. Nos damos las buenas noches y se meten en la pieza. Bajo hasta la carpa y José, ya canchero, salta la escalera limpita de un solo salto. Me duermo en la bolsa, mientras José sueña a mis pies que corre a alguien, o a algo. Gime bajito y mueve frenético las patas. Me duermo pensando que no soy el único loco que no sabe a ciencia cierta... que carajo corremos. Como el perro, como los veintitrés pibes con el viejo. Quizás solo lo importante es estar yendo... y no llegando. Son las cuatro de la noche cuando creo estar soñando... estar en la ciudad. Escucho cada ves mas claro la campanilla. La asquerosa campanilla de un despertador. Caigo en cuenta de en donde estoy, cuando me giro y me clavo una rama, que quedo debajo de la carpa, que no pude aplastar bien. El “viejo” puso la alarma para despertar a todos los pibes. El se despierta solo, se “programa”, como yo... Cuando salgo de la Iglú, todos los pibes están preparando sus kayaks Con paciencia, van metiendo con cuidado los bártulos en los estancos de proa y popa de sus afiladas naves. Cada uno porta en la cabeza una linternita colgada de una vincha, como la de los mineros pero sin casco. Se mueven entre las sombras y parecen luciérnagas gigantes, pululando por la casa, por la orilla. El monte, el río, parece una escena de un cuento de hadas. Llama la atención como meten las largas bolsas de dormir en los estancos, como algodón en rama. Ya no llueve y abordo, medio en bolas, mi gomoncito al pie del acantilado. Prendo el motor, suelto la amarra y llamo al José, que les esta hinchando a los pibes en la orilla. Me voy a unos 20 metros río adentro y desde allí, ilumino con la potente Eveready la bajada al río de cada kayak. Ya en el agua, cada muchacho termina por acomodarse, en todos los detalles, a la luz de la linterna. La escena es rara... Encima José, pega unos ladridos con cada kayak que cae al agua. La Flor se va desarmando y formando una larga fila de pétalos en el río. El ultimo en bajar es el “viejo”. Ya listo, pega el grito de partida. En doble fila india, pasan los últimos por delante mío. Todos saludan. Algunos saludan al José, nada mas. El perro les ladra cuando escucha su nombre. El “viejo” me manda un abrazo y las gracias por el pronostico del Tony. A todos les hago una seña con la linterna... La apago y la prendo, como al ritmo de la musiquita: lá lara lá la... la lá. Cuando pierdo de vista el ultimo pétalo de la Flor, me vuelvo a la orilla y me meto en la carpa. Llueve otra ves. Me duermo hasta casi el medio día, soñándome a bordo de un kayak... rumbo a un sol que amanece. Y José... José ronca a mis pies. Que tengan un Buen miércoles. Que sueñen con un mundo mejor. Oscar (¿o Fulgencio?) |